jueves, 27 de febrero de 2014

True Detective: la serie que lo tiene todo*

*Esta nota iba a ser publicada en la revista Ñ del sábado 1 de marzo de 2014. La ofrecí y la aceptaron. El editor me dio fecha de entrega y extensión porque lo *autorizaron* de administración (así de berreta es todo en la gráfica local, sí, pero empeora). La escribí, puse tiempo y dedicación.  
Cuatro días antes de la publicación la *administración* *desautorizó* la nota, que yo ya había entregado, por supuesto, en la fecha que me dieron, obviamente (porque yo cumplo, en tiempo y forma) y le pidió a un redactor fijo que escribiera sobre el tema, porque *no hay presupuesto* para pagar el trabajo que yo ya hice. 
Yo la paso bien igual viendo mi serie favorita en lo que va de 2014 y comparto ahora mi trabajo acá con el que lo quiera leer porque puedo. Y porque me dan ganas. 
Pero cuento estos dimes y diretes tan horriblemente normales en nuestra profesión para dejar un testimonio (en este caso) menor de lo berretamente (de mente berreta) que se manejan en los medios gráficos y lo mal que nos tratan (en este caso puntual al editor que tuvo que decir "no" a algo que pidió, confirmó y reconfirmó para después tener que poner la cara en la parte -otra vez, sí- berreta de haber hecho trabajar al pedo a alguien; a mí, que soy redactora free lance mal pagada, a destiempo y ahora de plus forreada; a los redactores fijos, que cubren cada vez más tareas por el mismo sueldo y también a los lectores, que siguen pagando el mismo precio por una revista realizada con cada vez menos recursos). 

Ave los dos: Matthew McConaughey y Woody Harrelson. O Rust Cohle y Martin Hart. O serpiente y mono.


El argumento podría ser uno más: dos policías en el estado norteamericano de Lousiana investigan el  asesinato, en 1995, de una mujer que apareció desnuda, atada a un árbol, con cuernos de ciervo en la cabeza y un montón de símbolos esotéricos alrededor. A la vez, en el presente, los mismos detectives son interrogados para rever el caso.
¿Cómo es que otra historia de asesinos seriales y crímenes satánicos logra diferenciarse del resto? Es que ésta es un reloj, una maquinaria perfecta pensada para atrapar. Y funciona. No sólo la trama, sino todo lo que la rodea. Da en la tecla, es precisa. True Detective es una serie planeada para hacer diana. Es matemática, una ciencia exacta. Existen pruebas empíricas. A saber:
Su guión perfecto con discursos que se complementan en el tiempo y (alerta mini spoiler) no dos, sino tres periodos históricos diferentes. Las actuaciones magistrales de (ante todo, dos palabras y a sacarse los sombreros) Matthew McConaughey (Rustin Cohle), Woody Harrelson (Martin Hart) y el resto del elenco canturriando bajito para hablar tan Mississippi. El soundtrack impecable que incluye la presentación hermosamente desolada de The Handsome Family con Far From Any Road y cada momento, hasta la música que se oye de fondo en un bar. Y las miles de pistas que se van dando a conocer siempre  justo a tiempo.
No es que eso nunca haya pasado antes. Sin ir más lejos, es el mismo juego de sembrar referencias que en su momento planteó Chris Carter, creador de The X Files y en gran parte por eso aún tiene millones de nerds que adoran la serie y siguen buscando un dato más que compruebe la teoría conspirativa fuera de cámara para demostrar que sí, los extraterrestres existen realmente. Quieren creer (“I want to believe”). Y funciona.
En el caso de True Detective, el secreto a descifrar no es paranormal, sino literario. Y las referencias llevan, ante todo, para el lado del terror a lo H.P. Lovecraft. No plantean una duda sobre el mundo real, pero amplían la información escondida en la trama, ayudan a entender más a los personajes y apuntan hacia la locura o lucidez del inteligente y extraño Rustin Cohle.
No le faltaban seguidores ni excelencia para ser un paradójico caso de masividad con varias lecturas, pero entonces se agregaron los detalles intrincados que la hacen de culto. Sí, porque el joven y/o novel guionista Nic Pizzolatto lo quiso todo, y armó un plan perfecto para conseguirlo. Comenzó de a poco, plantando semillas.
La primera migaja en el sendero fue la premisa. Esta es una miniserie de sólo ocho episodios que cuando termine, por más éxito que tenga, no va a seguir estirando la trama para decepcionar a lo Dexter o dejar cosas sin explicar como Lost. No. Esto es una película en entregas, una pieza que fue planeada para que comience y acabe. Y si el canal quiere continuar la apuesta, lo que venga el año próximo será otra historia, con otros personajes y un nuevo caso a resolver.
Después llegó el ritmo pausado y con pocas estridencias del capítulo estreno, que se detiene en la estética, los paisajes, los diálogos y la construcción de personajes. Porque True Detective arranca rompiendo todos los moldes: es un producto para televisión que demanda atención extrema y deja todo para que lo piense el espectador. Y cuando la audiencia está por explotar de expectativa lanza su primera bomba justo sobre el final. Así va hilando el compromiso que consigue en sus seguidores una entrega tras otra. Cada vez levanta la apuesta. Y va a lugares inesperados.
Cuando la cadena HBO emitió el tercer episodio de este policial oscuro, con una aparente pizca de Cormac McCarthy y una cucharada de Twin Peaks, Nic Pizzolatto plantó una nueva pista en una entrevista que dio al Wall Street Journal. Los detalles místicos o religiosos, esa clase de sincretismo, todas las supersticiones del sur de Estados Unidos, resulta que eran  sólo el escenario. 
El creador de la serie dijo que su fuente máxima de inspiración literaria viene del escritor norteamericano Robert W. Chambers (1865-1933) y su libro The King in Yellow (1895), una colección de relatos que cruzan el horror con la mitología. Después apuntó la mira hacia el no tan conocido autor del género Thomas Ligotti y su libro de no ficción The Conspiracy Against the Human Race (La conspiración contra la raza humana, 2010), un ensayo sobre el terror real de la existencia que usó, dice Pizzolatto, para construir la filosofía inquietante del detective Rustin Cohle. Una excusa perfecta para que los fanáticos resignifiquen cada escena y encuentren miles de nuevas referencias.
Y funciona.

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