lunes, 8 de agosto de 2011

En mi Revolution Love personal, hoy: Hypeando la poesía*

Actualmente hay más de 20 ciclos dedicados a leer poesía. Desde instituciones como el Centro Cultural España hasta el living de la casa de un escritor pueden ser los ámbitos donde se aglutina un público que escucha recitar.

Es una tertulia en un bar, un centro cultural, el living de una casa, un teatro. Suele haber una ley tácita de puntualidad atrasada exactamente una hora. La gente se encuentra, conversa, toma algo y se acomoda. El público, en silencio respetuoso por un lado y por otro los poetas, con sus hojas. Cada uno lee cerca de 15 minutos. Algunos son locuaces y otros muy tímidos. El público aplaude al final y toca una banda o hay organizada una charla, un debate. Si el lugar lo permite se come, se bebe. Es un evento social y cultural.
Sólo en Buenos Aires hay más de 20 grupos que organizan lecturas de poesía con autores jóvenes, inéditos, editados y/o consagrados. Se llenan. Hace frío, igual va gente. Llueve a cántaros, hay público. Se juega un partido importante, es noche de semana, todas las veces están los dispuestos a compartir la velada. Hay energía, hay ganas. Hay gente dispuesta.
Pensar en un ciclo de lecturas de poesía puede parecer cursi. O aburrido. O estirado. O demasiado académico. O todo eso junto. Pero no. La poesía es joven, más allá de la edad que termine teniendo el que la escriba. Y hoy vive con los códigos actuales. Con música, con ambiente, con estética, con Internet, con compromiso social. El circuito poético está vivo.
Mariano Blatt, uno de los más convocantes poetas jóvenes, dice: “Celebro que la poesía reúna gente. No conozco cosa más linda que el encuentro. Aunque pueda sonar un poco trivial, creo que juega una parte importante el hecho de que, en su gran mayoría, son gratis. No es chiste, más si tenemos en cuenta que es prácticamente imposible permanecer en cómodo en un lugar techado donde no te estén preguntando qué va a tomar”. Lucas Oliveira, dueño de la Funesiana, “la tercera editorial más chica de Latinoamérica” y arengador cultural, cuenta: “Escuchás poesía sin intermediarios, sin malas traducciones, de autores que están a un paso de distancia, a un ‘hola’ de explicarte por qué escribieron lo que escribieron”.
El “boom” estalló a mediados de los 90 por la aparición de revistas y colectivos que reinventaron la performance. La poesía dejó de ser un asunto puramente verbal para cruzarse con otras disciplinas. Marina Mariasch, poeta y es editora de la pionera Editorial Siesta, concuerda con el escritor Juan Diego Incardona, también organizador hace ya tres años del ciclo “Pueden venir cuantos quieran” en el Espacio Cultural Nuestros Hijos (ECuNHi), de las Madres de Plaza de Mayo (Libertador 8465), en que lo que ayuda es Internet.
Incardona asegura: “El circuito más under ha crecido mucho debido a Internet, porque permite la difusión masiva y rápida”. Mariasch, lo desglosa más detalladamente: “Con las redes sociales pasa que te enteras mucho y te sentís parte del fenómeno porque te llega el flyer o ves después las fotos. Y a la vez aparece más la necesidad de confrontar, poner el cuerpo y salir de la computadora. Hay como una efervescencia. En los 90 había un solo ciclo institucional, mensual, “La voz del erizo”, que se hacía el último viernes de cada mes en el Rojas. Era enorme y se combinaban consagrados con nuevos. Después apareció “Maldita ginebra”, de Héctor Urruspuru, que todavía sigue, “Yacaré cumbiao” y no mucho más. En 2000 de pronto aparecieron un montón y después se apagó bastante todo. Y ahora hay de nuevo gente con ganas de escuchar poesía”.
Cada vez más editoriales independientes sacan plaquetas y recientemente Mansalva reeditó Puctum, un libro de poesía de Martín Gambarotta que es uno de los puntos bisagra de los 90 y la base en donde se asienta o sobre la que discute la poesía más actual. Los ciclos que combinan poesía y música proliferan en todos los rincones de Buenos Aires.
Están los “Mártes de poesía y música”, que organiza el periodista Martín Pérez hace ya dos años en el Centro Cultural de España (Florida 943) los primeros martes de cada mes en donde se juntan un poeta y un músico a combinar géneros. Pasaron por ahí duplas como Leo García y Fernando Noy, Pablo Dacal y Fernanda Laguna, Rosario Bléfari y Beatriz Vignoli o Ariel Minimal y Fabián Casas, que no suele participar de nada, pero hizo la excepción y dice: “Creo que las lecturas fueron juntando un público emergente y original. Son como los potreros para el fútbol, de ahí salen los mejores jugadores”.
Entre los primeros ciclos de esta nueva era están las lecturas -en donde además de poesía se suele leer narrativa- organizadas por el Grupo Alejandría y las de “Carne Argentina” (en el Bar de La Tribu, Lambaré 873). Este último lo llevan adelante desde 2006 Julián López, Selva Almada y Alejandra Zina, que cuentan: “La seguimos pasando bien después de tantos años y a la gente parece gustarle el rito de ir cada tanto a conocer nuevos escritores y ver más de cerca a los que ya conoce”.
Otro ciclo de gran tamaño es “Más poesía menos policía”, que se hace cada dos meses en distintos lugares como el living de la casa de uno de los organizadores, centros culturales, bares y hasta se fue de viaje a Rosario. “El objetivo es darle fuerza a la voz poética, sin encasillamientos, de grupos o tradiciones, sin dejar de lado a nadie”, dice el joven Nicolás Castro, una de las patas de este proyecto que llegó a contar con un público de más de 100 personas la única vez que cobró entrada.
En la otra punta del arco, como directores técnicos de una nueva generación, Horacio Fiebelkorn y Juan Desiderio conformaron el año pasado “El Combo Belga”, un grupo junto a Mario Arteca y Rodolfo Edwards que va girando por diversos bares y centros culturales porteños, platenses y rosarinos con invitados rotativos más nóveles.
“Como no vamos a inventar una nueva revista o sello editorial, decidimos hacer lo que nos divierte, lo que siempre nos gustó, que es andar por ahí leyendo poemas”, dice Fiebelkorn, uno de los fundadores, junto a Edwards, Washington Cucurto y Martín Carmona, de la mítica revista La novia de Tyson a fines de los 90.
Todo el año pasado, Mariasch, junto a sus colegas Cecilia Pavón y Noe Vera abrían los domingos las puertas de sus casas para leer poemas a quien quiera oírlos en el ciclo de poesía domiciliaria “En qué estás pensando?” “¡Qué viva la poesía!” es un evento nuevo que se hace algunos jueves en el bar Rodney, frente al cementerio de la Chacarita. También está el “Festité”, unas coquetas meriendas domingueras en Casa Pavón (info por mail a festite@gmail.com). Un miércoles por mes se puede ir a “No lo Intenten en sus casas”, en el Club Cultural Matienzo (Tte. B. Matienzo 2424). Están “Los Domingos Suicidas”, en Casa Cilc (info por mail a arockearla@gmail.com) y el Pacha Mama, una casa cultural con ubicación secreta en donde suceden unas antológicas veladas de micrófono abierto. Y siguen las firmas.
Desde 2004 existe el Festival Latinoamericano de poesía “Salida al mar”, que comenzó de casualidad para aprovechar la presencia en Buenos Aires de un grupo poetas peruanas. Casi espontáneamente, se sumaron al evento brasileños, uruguayos y chilenos que viajaron por sus propios medios. Fue una idea que nació en una mesa de bar de la que terminaron haciéndose cargo Cucurto, Cristian De Nápoli, Timo Berger y Elizabeth Neira que alterna la autogestión con el apoyo de instituciones como el Goethe Institut, el Centro Parque España de la ciudad de Rosario o la Biblioteca Nacional.
En 2006, en el marco de la Feria del Libro, comenzó el “Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires”, a donde se puede escuchar a distintas voces. Entre el 21 y el 26 de septiembre se va a llevar adelante el “XIX Festival Internacional de Poesía de Rosario”, organizado por el Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia de Santa Fe. Y también está la F.L.I.A. (feria del libro independiente autogestiva), que es un espacio alternativo, un encuentro sin sponsors, ni marcas que se replica en distintas ciudades de Buenos Aires, provincias del interior del país y llegó hasta Colombia.
Edwards forma parte desde hace tres años del comité de organización del “Festival de Poesía en el Centro” que se hace en el Centro Cultural de la Cooperación donde hay mesas de lectura y mesas de debate. Mientras prepara su sexto libro, The Real Poncho, sigue leyendo en vivo cada vez que puede: “Desde el primer día que me paré ante un público comprendí que la poesía es algo para decir en voz alta. Yo escribo para comunicarme, si no lo hiciese así, me quedaría en mi casa, mirándome en el monitor”.
Edwards recuerda un ciclo que armó con Urruspuru en un sótano de San Telmo en 1996: “Hubo perfos inolvidables. Un día Cucurto peleó unos rounds con una boxeadora profesional, la mina lo sopapeó de lo lindo y después todos leímos sobre el ring”. Porque la poesía sucede. Ahora, Incardona cuenta: “Siempre le pido a Ale Raymond, que hace lo suyo en el Pacha, su poema Galletita de agua, que es genial, porque hace toda la mímica de hablarle a una galletita. Y en el final, encantador, dice: ‘¿Dónde estás, agua de la galletita?’”. Porque la poesía no para de estar pasando.


Recuadro:
Existen varios lugares en donde el público puede saber, tácitamente, que es posible encontrar una lectura de poesía. Librerías como Eterna Cadencia (Honduras 5574) o la más pequeña y Otra Lluvia (Bulnes 640). También está Casa Brandon, un colectivo cultural con sede en Villa Crespo, y hay Centros culturales secretos, como el Pacha Mama o La Usina cultural del Sur en Almagro, que hace poco fue clausurada por el gobierno de la Ciudad. Florencia Minici, una de las dueñas, cuenta cómo lograr lo imposible.
-¿Qué es exactamente La Usina?
-Es un espacio amplio en el que participan artistas y vecinos. Concebimos la idea de un centro cultural como un lugar de encuentro barrial, de creación de lazos y completamente alejado de cualquier lógica mercantilista. Hay talleres de todo tipo, muestras, apoyo escolar, lecturas de poesía…
-¿Cuánto tiempo fue la clausura?
-Un mes entero, lo cual nos dejó en pésimas condiciones y con una multa impagable de 13.500 pesos. No tenemos la habilitación de centro cultural porque no existe.
-¿Y cómo se hace para tener entonces un Centro Cultural?
- Hay que tener mucha plata. O disfrazarlo y poner un bar, para habilitarlo así. O ser semi clandestino, poniendo en riesgo la visibilidad de lo que hacés.
-¿Y cómo hacen para seguir?
-No existe ningún tipo de fomento estatal ni de reconocimiento para los centros culturales por parte del estado. En este sentido, el año pasado confirmamos MECA (Movimiento de Espacios Culturales y Artísticos de la Ciudad) con muchos otros, para pelear por el reconocimiento y la concertación de los centros culturales y sociales. Fernanda Laguna, Roberto Jacoby, Lisa Kerner, y otros habían empezado a debatir un proyecto de ley de Centros Culturales en el 2005 porque vieron la misma problemática. No lo sabíamos y nos llena de aliento haberlo retomado.

-º-
*Una versión de esta nota fue publicada en la revista El Guardián en agosto de 2011.