viernes, 29 de julio de 2011

La historia de cuatro amigas que se conocieron en el infierno: Un largo camino a casa*

Lograron lo que parecía imposible: hacer un tratamiento y salir del oscuro encierro de la tristemente célebre Colonia Montes de Oca. Alquilaron una vivienda iluminada en las afueras de Luján, donde viven y sueñan con un futuro mejor.

Suena romántico, y lo es. Después de mucho tiempo internadas, cuatro mujeres salen del neuropsiquiátrico y se alquilan una casa juntas. La pagan con sus propios ingresos. El lugar es chiquito, modesto, y lo mantienen pulcro, acogedor. Sus historias son muy diferentes, pero ellas tienen un lazo que las ata fuerte entre sí: se conocieron en el peor de sus momentos y se acompañaron en el proceso de recuperación. Son amigas, compañeras, cómplices. “Como una familia”, dicen.

Lo que hasta hace poco era, literalmente, una condena de por vida hoy puede ser la posibilidad de una mejora. Esa es la idea de algunos profesionales y entendidos en el tema en todo el mundo y, ahora, en la Argentina también. La Ley N° 26657 de Salud Mental que fue sancionada el 25 de noviembre de 2010 le pone marco a una situación que hace rato se venía palpitando desde sectores que ven la internación indefinida como un problema a sortear porque entienden que eso es el pasado. Entonces, buscan un cambio. Y lo hacen posible. Contra viento y marea.
La Colonia Nacional Dr. Manuel A. Montes de Oca es trágicamente célebre. Primero por haber sido el escenario de la desaparición y supuesta muerte de la doctora Cecilia Giubileo el 16 de junio de 1985 y también, a la vez y después, por la denuncia y sospecha de haber mantenido a sus pacientes viviendo en condiciones infrahumanas. Se dijo mucho. Que era un centro de tráfico de personas para la venta ilegal de órganos. Que el responsable de la macabra situación era el entonces director, el doctor Florencio Sánchez, quien murió poco después en prisión proclamando su inocencia.
Lo cierto, actualmente, es que nunca se supo verdaderamente qué sucedió durante esos años oscuros. Pasaron incontable cantidad de interventores desde entonces y ninguno hizo especialmente nada, ni bueno ni malo, que volviera a poner a la colonia en la lupa de la opinión pública. Hasta hoy. Teniendo en cuenta todo el historial, no sólo es noble, si no también heroico, el motivo por el cual Montes de Oca ahora llama la atención.
En 2004 tomó las riendas del lugar el licenciado Jorge Rossetto y comenzó un lento y efectivo proceso de mejoras desde todos los ángulos. Ante todo, la desmanicomialización, que implica no sólo la reinserción en la sociedad de muchos de los que estaban condenados a pasar la vida en una institución mental aunque estén aptos para salir, sino también la mejora de las condiciones para los que sí tienen que quedarse. De 961 camas ocupadas, en ese momento, llegaron a las 661 actuales. Y pronto van a ser 657 porque cuatro nuevas pacientes están por mudarse en estos días a una residencia externa de transición, antes del alta definitiva.

La vida no es una novela
Al decir “desmanicomialización”, lo primero que le puede llegar a venir a la cabeza al lector es aquella serie producida por Pol-ka, Locas de amor, que canal 13 trasmitió entre abril y diciembre de 2004 y que se inspiró en este proceso emprendido desde la colonia. Pacientes que controlan su patología y están aptos para reinsertarse en la sociedad, vuelven a sus casas familiares y, si no las tienen, la institución encuentra la forma de colaborar en el armado de su proyecto de vida independiente.
En la tele, Leticia Brédice, Julieta Díaz y Soledad Villamil eran Simona, Juana y Eva, tres chicas de distintos segmentos de la clase media que, acompañadas por su terapeuta, interpretado por Diego Peretti, intentaban vivir solas. Fuera del neuropsiquiátrico. Toda una aventura.
Les iba bien y mal. Sus familias estaban a favor y en contra. Las patologías que padecían se evidenciaban más en su forma de vestir, encantadoramente vintage, que en angustias o trabas reales a superar. Lindas, jóvenes, saludables, atravesaban las idas y vueltas del guión, que las mostraba como una simpática curiosidad. Finalmente encontraban la “cura” en el amor o el cariño de un otro. Final feliz, un par de premios Martín Fierro y a otra cosa mariposa.
La vida real es un poco más cruda. La psicosis se sobrelleva y mantiene controlada en los mejores casos, pero no se cura. Estar bien, ser productivo, es un trabajo diario que implica, entre muchas otras cosas, una medicación acertada y su correcta administración. Además, después de mucho de tiempo de vivir en una institución, hay que volver a aprender hábitos simples, sencillos. Como volver a hacer la cama, prepararse el plato de comida diario, hacer las compras, convivir con pocos.
La gente que está internada en Montes de Oca no suele ser de diversos segmentos de la clase media. En general son de pocos recursos económicos o ninguno y no suelen tener una familia que los acompañe. Están solos. Abandonados a su suerte. Presos en un manicomio de por vida. Una condena injusta y, hasta hace poco, aparentemente imposible de sortear.
Elsa tiene 72 años y pasó los últimos 22 en Montes de Oca. Griselda cumplió 52 y pasó 15 en la colonia, igual que Clarisa, que tiene 40. Visitación, de la misma edad, es la que menos tiempo estuvo internada, sólo tres inviernos que, en comparación, parecen poco pero no lo son: 36 meses también es mucho.
Ellas fueron dadas de alta en marzo y, desde entonces, alquilan una casa en las afueras de Lujan, a mitad de camino entre la ciudad y el pueblo de Torres, donde está Montes de Oca. Entre la colonia y el alta pasaron por la residencia Los Cerezos, una de las cinco casas con las que actualmente cuenta la institución.
Se abrieron en 2007, en el marco de reforma del modelo de atención, mediante el cual se da apertura a distintos centros de día (a donde van a trabajar) y estas unidades residenciales transitorias. “La idea es mejorar la calidad de vida de las personas internadas y propiciar la externación”, explica Carina Rebottaro, coordinadora de Los Cerezos a donde ahora llegarán otras cuatro mujeres en vistas de, también, lograr su alta y armar su propio proyecto de vida independiente.
“La reinserción laboral, en blanco, es difícil. En general es gente que tiene mucho tiempo de internación. Así que estamos armando y coordinando proyectos autogestivos. También los ayudamos a conseguir y tramitar todos los subsidios existentes. Y la medicación, que aprenden a administrarse solas en su paso por la residencia, Montes de Oca se las sigue dando de por vida”, explica Rebottaro.

Sin rejas
Para llegar a la casa de las chicas hay que andar por unos caminos de tierra que se embarran cuando llueve. Llueve, y detrás de todos los charcos está el hogar. El living-cocina tiene una tele prendida a la que nadie le presta atención y Elsa está ocupada en las hornallas. Prepara un fortalecedor mate dulce que Visitación y Clarisa le aceptan sin chistar. Griselda no toma, la cebadora insiste y al final reconoce: “Soy un poco mandona”. Sus tres compañeras asienten entre risas.
A Elsa le gusta cocinar y, en cierto modo, es como la mamá gallina. Al principio habla por todas, va y viene entra la mesa y la cocina, y cuenta que se organizan bien. “Dividimos las tareas. Yo hago las comidas con Griselda. Visitación y Clarisa se encargan de las compras”, dice y, otra vez, todas asienten entre risas.
Recibir visitas en su propia casa. Algo tan simple como eso para ellas aun es novedoso. Clarisa tiene unos enormes y expresivos ojos marrones. Se presta con alegría mostrarnos su cuarto, su cama, su patio de atrás. Visitación sonríe tímida, pero decidida, y se hace cómplice inmediatamente. Tira un guiño cuando descubre que ya no hay lugar en las vejigas para el mate que sigue ofreciendo Elsa y pide una pausa.
Griselda mira la escena con un gesto hurañamente infantil, pero no tarda en mostrar sus tejidos. Hace mantas de croché, que vende entre sus conocidos, y también decora con ellas la casa. Un colorido sombrerito para la pava y un mantel que hace juego con la carpetita que sirve para tapar el lavarropas.
Hace un rato llegó el pedido con las compras para la semana y Elsa mira la carne descongelarse sobre la pileta. Anuncia que van a comer pastel de papa. El doctor Omar Fernando Berro Curi, que fue su psiquiatra en Montes de Oca, dice que su patología es crónica pero hace años que la maneja. Seguía internada simplemente porque no tenía dónde ir.
Visitación fue monja. Lo cuenta y se ríe, porque sabe la sorpresa que genera en los demás. Dejó la congregación para ir a cuidar a su madre, que estaba gravemente deprimida por el suicidio de su otro hijo. Sola y lejos de todo lo que conocía, tuvo la crisis que la llevó a la colonia. “Lo mío es de familia, está en todos nosotros”, reflexiona y cuenta que sigue siendo creyente. “La ayudó un montón su respaldo espiritual”, explica el doctor Berro Curi.
Griselda es la más retraída de las tres que vivían en la Colonia bajo el cuidado de Berro Curi. El psiquiatra, que está ahí desde 1989, se encarga del Pabellón 3, de terapia a corto plazo para psicóticos, pero explica que recién ahora es posible pensar en plazos cortos de verdad. Hasta hace no tanto era un cuello de botella, porque los que ingresaban, como no tenían a donde ir después, se quedaban, no podían irse. “Bajamos de 60 a 25 pacientes en los últimos años y el 15 de julio se van otras cuatro a la residencia Los Cerezos, en camino de su alta”, cuenta.
En Montes de Oca, Elsa, Griselda y Visitación dormían en el mismo pabellón, que tiene un solo y gran salón con camas para todas las internas. Cuando llegaron a la unidad residencial transitoria de Los Cerezos, por primera vez tuvieron una habitación para ellas solas. Ahora, en su propia casa, duermen en dos cuartos.
Clarisa se sumó a la aventura en Los Cerezos, porque en Montes de Oca estaba en otro pabellón, el 11, que ahora es para adultos pero que antes era el lugar a donde vivían los niños y jóvenes, que ya no son admitidos para internación. Todavía hay elefantes y animalitos en las paredes.

Abrir camino
Sólo durante 2010, más de mil personas pudieron ser dadas de alta y abandonar, efectivamente y sin peligro de regreso, diferentes neuropsiquiátricos en todo el país. En el momento de la sanción de la Ley N° 26657, el sistema de salud mental sólo de Buenos Aires contaba con 2425 camas de internación ocupadas en su totalidad. Ante el colapso, la posibilidad del alta es la única opción viable y el proyecto impulsado por el Ministerio de Salud, el Inadi, la Secretaría de Derechos Humanos y la Defensoría General de la Nación es con miras a cambiar el modelo, no a cerrar manicomios indiscriminadamente como muchos dicen, o temen.
Los centros de salud tienen que pasar a ser lugares para el ingreso durante una crisis, en donde sólo se pase el primer tramo del tratamiento y no lugares de hacinamiento en donde se guarde y oculte lo que incomoda como si fuera mugre debajo de una alfombra. El proceso que está llevando adelante el actual director de la colonia Montes de Oca, el licenciado Jorge Rossetto, está en línea con este gran plan mayor. “Todavía falta, pero estoy contento con los resultados que hemos obtenido hasta ahora”, dice.
El camino que está recorriendo la colonia, y con la que cambió para siempre el mal sabor que le dejó el siniestro pasado, es de la institucionalización hacia la inclusión social. Antes, la policía encontraba en la calle a alguien en crisis o quizás simplemente en situación de mendicidad, lo llevaban a Montes de Oca, el juez daba la orden de ingreso y no salían nunca más. Ahora, con el nuevo servicio de admisión, que comenzó a funcionar en mayo de 2006, los números fueron cambiando, a favor de la libertad. De 104 ingresos en 2004, se redujo a 26 en lo que va de 2011 y de 333 que en ese entonces llegaban para quedarse, se pasó a sólo 12.
Así, al restringir los ingresos a mansalva y propiciar la externación, las condiciones dentro de la colonia también mejoran. Ahora, el personal médico tiene menos pacientes a cargo y se puede hacer un seguimiento mucho más personalizado. Además, la inteligente distribución del presupuesto que lleva adelante Rossetto, demostró que todo lo que se hace hacia afuera, como alquilar las unidades residenciales y abrir los centros de día, no impide mejorar el interior de la colonia. Los pabellones están en la mejor de sus condiciones posibles: hay frazadas, calefacción, placares nuevos, todos los básicos indispensables que hace 10 años no se podían ni soñar y más.
El plan, ya en marcha y avanzado, implica abrir la colonia al mundo, romper con el aislamiento. Se están urbanizando las 20 hectáreas que separan a Montes de Oca del pueblo de Torres, dos lugares ligados desde su creación conjunta hace más de un siglo. De ese modo, con la construcción de dos nuevos centros de día y cuatro unidades residenciales más, se siguen abriendo caminos. Es un progreso no sólo en el modo de ver y tratar los trastornos mentales, sino también en la economía del pueblo, que de este modo se amplía y ofrece más fuentes de trabajo.
“Para mí esto es un acto de reparación. La institución debe reparar aquello que inhabilitó, porque con el modelo de institucionalización innecesaria generó un tipo de daño, no sólo en los internos sino en el pueblo y en la comunidad. Ahora, ayudamos a la inclusión”, dice Rosetto mientras, a pocos kilómetros, cae el sol en la casa de Elsa, Griselda, Clarisa y Visitación que terminan su jornada. Cocinan un pastel de papa, cenan en familia y se preparan para un nuevo día.


-º-
*Una versión de esta nota fue publicada en la revista El Guardián en junio de 2011.