viernes, 15 de marzo de 2013

Tinta Roja: El hombre que sabía demasiado*


Pier Paolo Pasolini fue asesinado en 1975. Retratista de mundos marginales, ahora se sabe que el poeta, cineasta y escritor fue víctima de un atentado por su ideología. El 5 de marzo hubiera cumplido 90 años. 

*Esta nota fue publicada en la revista El Guardián en marzo de 2013

El final de la vida, y el inicio del misterio, sucedió en la madrugada del 2 de noviembre de 1975 en un descampado cerca de la popular playa de Ostia, a unos 30 minutos de Roma. Ahí nomás de la costa del mar Tirreno asesinaron a Pier Paolo Pasolini y, así, interrumpieron el proceso de la magnífica genialidad con la que el artista italiano estaba retorciendo el rumbo pacato y esquivo del siglo XX.
Las sombras aún oscurecen la resolución de un homicidio plagado de intrigas políticas y homofobia. Durante casi 40 años, los cabos sueltos fueron encubiertos por una investigación ineficiente que pareciera no haber querido ver los hechos. Aunque la causa ya se reabrió cuatro veces es imposible saber si un día se encontrará al culpable. Si la única verdad es la realidad, por el momento es que Pasolini decidió no callarse nunca nada y pagó con su vida por eso.
Al hablar de él se dice que fue poeta y cineasta. Cuando le preguntaron en una entrevista cuál era su calificación profesional preferida, respondió: “En mi pasaporte, yo escribo simplemente escritor”. Esa charla en la que anunció cómo quería ser recordado sucedió en la víspera de su asesinato, el 31 de octubre de 1975. Pero las casualidades no existen.
Genio, puto, comunista y pendenciero, Pasolini fue un juglar moderno y el motor de su existencia fue decir. Las prostitutas y los chicos de la calle fueron su inspiración, sus protagonistas, sus obsesiones. El lenguaje del arrabal italiano lo enamoró y con esa voz dijo poesía, cine, ensayos, narrativa. Habló todos los lenguajes  con el corazón y dejó una huella imborrable, preciosa, que incomodó a muchos.
“Soy un gatazo turbio que una noche será aplastado en una calle desconocida”, dijo poco antes de ser asesinado. Era un personaje polémico y siempre lo supo. Quizá lo buscó. Su talento más enorme, fuera de su sensibilidad artística, fue ser crítico y provocador en contra del poder corrupto y burgués. Pasolini desafiaba abiertamente y al mismo tiempo tanto al sistema capitalista que se estaba instaurando en Italia como a las incongruencias de los ideales marxistas por los que militaba. Eso fue lo que le costó la vida y no el encuentro sexual fortuito con un muchachito, como el establishment quiso hacer creer.
Lo más fácil fue hacer creer que Pino Pelosi, el chico de 17 años que se había levantado para un revolcón, fue el único responsable. Y el pibe, entonces, cerró la investigación cuando confesó el crimen. Dijo que había actuado en legítima defensa porque Pasolini lo quiso violar. Dijo eso y fue siete años a prisión. Pero había mucho más para contar.
Pelosi era un niño flacucho y Pasolini un experto en artes marciales. ¿A nadie se le ocurrió pensar que era imposible tal proeza física? La periodista Oriana Fallaci, además, había asegurado que al escritor lo habían matado dos personas y no el adolescente, pero nadie le hizo caso porque ella quiso respetar el secreto de su fuente. No son dignos de una buena trama tantos cabos sueltos y menos aún de una vida tan trascendente. Así que finalmente, 30 años después, en 2005, el asesino habló.
Fue en un programa de televisión nocturno de RAI 3, Sombras sobre el misterio, uno de esos que invitan a la confesión mientras los televidentes cenan. Pelosi, de entonces 46 años, reconoció que aunque había causado la muerte de Pasolini al pasarle por encima con el auto al huir, los asesinos fueron otros: tres hombres que amenazaron con matar a su familia si hablaba y dijo que por eso calló. “Ahora mis padres están muertos y ya no tengo miedo”, explicó. Contó que los que atacaron al escritor tenían acento siciliano y que mientras lo desfiguraban a bastonazos le gritaban: “Maricón, sucio, comunista”.
¿Qué hacía Pasolini esa noche en aquel paraje al lado de la playa de Ostia? Su amigo Sergio Citti afirma que había acudido a una cita porque era víctima de un chantaje por el robo de unos rollos de su controvertido film Saló o Los 120 días de Sodoma. Eso está entre los testimonios de la causa, que la familia de la víctima entonces exigió que se reabriera.
Los motivos políticos fueron finalmente aflorando. En 2009 se descubrió que Pasolini tenía intención de revelar en Petróleo (una novela que quedó evidentemente inconclusa y de publicación póstuma) el nombre del culpable del presunto homicidio en 1962 del industrial Enrico Mattei, presidente de la compañía petrolera Eni. Así fue que volvió a abrirse el sumario del caso, ya por cuarta vez. El año anterior lo habían exigido en un manifiesto 700 intelectuales de todo el mundo.
Aunque muerto, Pasolini sigue diciendo. Enterrado, aún está hablando. En 2010, la fiscalía de Roma solicitó un interrogatorio con el senador del partido de Silvio Berlusconi, Marcello DellŽUtri, condenado por asociación mafiosa en primer grado, porque había anunciado en los medios que poseía el capítulo dado por perdido de Petróleo, ahí donde el escritor había volcado muchos de los datos de su investigación y que podría ser la causa verdadera de su muerte.

Llorar un lago
Pasolini sabía, sabio, casi como un brujo lo que venía. Lo imaginaba, lo soñaba en pesadillas que tradujo en obras de arte. En Pajarracos y pajaritos (1966) no sólo anticipó el neorrealismo picaresco, sino que en la escena final de la película presagió más que escalofriantemente su propio final. Un hombre golpeado hasta la muerte, atropellado y destrozado, su cuerpo sin vida abandonado en un paraíso turístico.
El escritor italiano Alberto Moravia contó que reconoció de inmediato el sitio en el que fue asesinado su amigo: “Pasolini ya lo había descripto tanto en dos de sus novelas, Muchachos de vida y Una vida violenta, como en su primera película, Accattone”. Ese modo premonitorio de enredar su vida y su arte no tienen que ver con magia, sino con una inteligencia intuitiva que mostró y ejerció segundo a segundo a lo largo de su interrumpida existencia.
El comienzo de su intención de cambiar el mundo desde Roma llegó con su novela Chicos del arroyo en 1955. Al cine entró de la mano de Federico Fellini y desde entonces fue un director prolífico, obsesionado con retratar la realidad, que mostró con maestría la Italia profunda. Entró a la década del 60 rompiendo todos los moldes y alcanzó la fama internacional con films revolucionarios, tan repletos de realismo y sexo como de violencia y sadismo.
El Evangelio según Mateo (1964) es la patada definitiva en la cara de las apariencias porque ahí Pasolini logra, con su bestial sutileza y rotunda delicadeza, una obra de excepcional calidad y belleza. Ahí  conviven en perfecta armonía el marxismo y la espiritualidad cristiana, las dos ideologías que movieron y marcaron su vida y legado.
Sobre la muerte de su amigo, Moravia reflexionó: “Su fin ha sido al mismo tiempo parecido a su obra y disímil de él. Parecido porque ya había descripto, en su obra, sus modalidades escuálidas y atroces, disímil porque él no era uno de sus personajes, sino una figura central de nuestra cultura, un poeta que había marcado una época, un director genial, un ensayista inagotable”.

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