jueves, 18 de abril de 2013

Tinta Roja: Festín desnudo*

El japonés Issei Sagawa fantaseaba con comerse altas mujeres rubias hasta que la holandesa Renée Hartevelt cayó en sus garras en 1981. El caníbal ahora es una celebridad en su país, donde escribe reseñas gastronómicas. Ya está satisfecho de occidentales y dice que ahora le gustan las orientales. No se supo, igual, que haya vuelto a comerse a nadie. Aún.

*Esta nota fue publicada en la revista El Guardián en abril de 2013

Te comería. En su caso no es un decir: el tipo te puede almorzar. Empieza por tus muslos blancos, tiernos, y guarda el resto para después, en su heladera. Te va devorando poco a poco, a lo largo de los días. Se hace un banquete con tu cuerpo. La grasa humana es color maíz, dice. La carne es suave y sin olor, cuenta.
Se llama Issei Sagawa y es una celebridad. Él, cuchillo y tenedor en mano, es más que una foto. Es póster, es de culto. Es asesino con fans. Él, que se comió a una compañera de la universidad en 1981 en Francia, fue declarado culpable del crimen pero no pasó por la prisión. Después de un tiempo breve en un manicomio fue deportado y desde entonces vive en Japón. "El público me ha hecho el padrino de canibalismo y estoy contento, feliz con eso", declaró.
Issei Sagawa va a cumplir 64 años el próximo 11 de junio. Morbosamente uno podría preguntarse qué va a cenar esa noche el caníbal japonés, ya que para celebrar sus 32 se comió a Renée Hartevelt, con quien estudiaba en La Sorbona. Se llevaban bien, pero todo terminó mal. Hacía mucho que él anhelaba un bocadillo humano y ese fue el día que finalmente cruzó la línea.
Actualmente Sagawa saborea su popularidad. Vive solo y disfruta de la vida como un maltrecho bon vivant. Además de visitar habitualmente programas de televisión para hablar otros asesinos, es crítico literario y de cocina. En 1981, cuando aún hacía la digestión, la banda inglesa The Stranglers se inspiró en su historia para la canción La Folie, que además le da nombre a su sexto álbum. Dos años después los Rolling Stones, en su disco Undercover, incluyeron el tema Too Much Blood. Mick Jagger, en su momento, dijo que la letra le surgió a propósito del tratamiento del caso en los medios. Que a la hora de grabar tenía en la mente cómo se banaliza todo tan fácil, de qué forma se llenan de sangre, demasiada, las páginas de diarios y revistas. Y eso que aún no se habían gestado, entonces, los proyectos de cine. Ni el comic. Ni todo lo demás.
Mide un metro y medio. Es muy flaco, casi un sobrante de proyecto humano. Es rengo. Sus pies y manos son anormalmente pequeños. Tiene voz aflautada. Desde niño lo atormentaba una fantasía hasta casi hacerlo retorcerse de dolor: necesitaba comerse a una mujer. Día y noche se veía a sí mismo devorando un cuerpo femenino. No cualquier cuerpo. Tenía que ser el de una chica alta, blanca, suave.
Hijo de un multimillonario, Akira Sagawa, presidente de Kurita Water Industries en Tokio, creció con los privilegios del dinero a raudales y la idea de que los demás debían estar a su disposición. Pasaron los años. El pequeño gran monstruo soñaba y las imágenes le roían la mente. Demostró ser brillante. Coqueteó con la idea de comerse a una mujer blanca como la nieve, pero se concentró en sus estudios de literatura. Se acercó a potenciales víctimas. Falló o no terminó de animarse a nada más que el acecho silencioso. Incubó el deseo.
Mientras estudiaba Literatura Inglesa en la Universidad de Wako, en Tokio, conoció a una profesora alemana. "Cuando me encontré a esta mujer en la calle, me pregunté si podría comérmela", le dijo años más tarde, ya célebre, al periodista británico Peter McGill. Lo atrapó el impulso. Se dejó llevar como un tonto enamorado, su primer amor. Y avanzó sin plan. Una noche calurosa de verano se coló al departamento de la muchacha por la ventana y la miró dormir. Su camisón era un poco transparente.
El caníbal en potencia, ardiendo en deseo, necesitó matarla ahí mismo. Buscó con desesperación algo para apuñalarla, o golpearla, y sólo encontró un paraguas. Lo agarró. El palo enorme estaba en sus manos pequeñas. Todo lo que podía suceder estaba por pasar, pero la chica escuchó ruidos y despertó de golpe. Cuando entendió que había alguien en su habitación comenzó a gritar desesperada, así que Sagawa tuvo que escapar.
Pasaron los años y para cuando el japonés llegó a Europa era una bomba de tiempo. Tic, tac. En Francia era un chico solitario, tímido, tic tac. Recorría la ciudad con el mecanismo explosivo activado en la cabeza, tic tac. En La Sorbona conoció a muchas mujeres rubias, blancas, altas, suaves. Le estalló el sistema de contención cuando se cruzó con su tótem soñado hecho realidad. Era holandesa, dulce y confiada como una ballena franca. Y se dejó atrapar fácil. Un poco de empatía, dos paseos por las calles de París y una invitación a su casa. Boom.

Cadáver exquisito
Te comería. Se dice como expresión de amor. Es algo que se le dice a los niños hermosos de cachetes rellenos. Se le dice también a las parejas sexuales. Te comería porque me resultás apetecible. Así se puede explicar una atracción. Es simbólico. Tiene que ver con el deseo de incorporar al otro. Sagawa fue literal. Él creía que el amor era eso. Se enamoró hambrienta y vorazmente de Renée y entonces quiso tenerla en su estómago, saborearla con curiosidad. Para él era algo natural. Y como quien arma su estrategia de seducción, planeó el mejor modo de comérsela.
Renée tenía 25 años, estaba corta de fondos, hablaba tres idiomas y quería terminar su doctorado en literatura francesa, así que cuando el millonario Sagawa le pidió que le enseñara alemán aceptó creyendo que tenía buena suerte. Además, de plus, le gustó la inteligencia del extraño japonés y valoró su conocimiento sobre pintura. Disfrutó su compañía, aceptó pasear con él.
El 11 de junio de 1981 Renée había ido a cenar con Sagawa. Él le declaró su amor y ella le dijo que no, que sólo quería ser su amiga. Él le pidió que leyera un poema, al menos, y cuando ella se distrajo sacó su rifle y le disparó. Boom. La mujer cayó desde su silla y entonces el desecho humano le demostró su amor como él sabía. Primero mantuvo relaciones sexuales con el cadáver tibio y después la comió durante dos días hasta que tiró los restos en un lago, cuando lo atraparon.
“Yo corté su cadera”, dijo. “Al principio no sabía dónde morder primero”, contó. Paso a paso, muchas veces, rememoró su ritual. Cómo es que descubrió la consistencia de su amor. Que tuvo que escarbar hasta atravesar la grasa y llegar a la carne más profunda. Nostálgico, ya lejos en el tiempo, rememoró: “Su sabor es de un rico pescado crudo similar al sushi, no he comido nada más delicioso”.

-º-


No hay comentarios: