miércoles, 23 de enero de 2013

Tinta Roja: Un crimen de novela*

En 2000, el cadáver de un publicista apareció en un río polaco. Tres años después, la policía descubrió que el asesino, Kristian Bala, había contado su obra en un libro. Ego, escritura y menjunje psicópata.

* Esta nota fue publicada en la revista El Guardián en enero de 2013

Krystian Bala publicó su primera novela en 2003 y ahora cumple una condena de 25 años en prisión por el asesinato que cometió en el libro. El homicidio que llevó adelante en la vida real lo había dejado libre. La realidad y la ficción se retroalimentan y el juego macabro de la posmodernidad es borronear cada vez más la línea que las divide. La vida, el arte, la vidriera globalizada, la primera persona exaltada y la supremacía del yo. Éxito, ego y un menjunje psicópata que se corona con el caso de este joven escritor polaco que sigue proclamando su inocencia a pesar de haber arruinado su “crimen perfecto” por sus irrefrenables ganas de narrarlo.
El 10 de diciembre de 2000 apareció un cadáver flotando en el río Óder, junto a la ciudad polaca de Wroclaw. La soga que lo estrangulaba, además mantenía sus muñecas y pies atados a la espalda. Tenía la cabeza llena de cicatrices y sólo vestía una camiseta y calzoncillos. Fue identificado como Dariusz Janiszewski, un empresario dueño de una agencia de publicidad que había desaparecido hacía cuatro semanas. En la autopsia se confirmó que lo habían torturado brutalmente durante varios días, pero la investigación policial no encontró ni una pista que le indicara quién podía ser el culpable. La víctima llevaba una vida tranquila y no tenía enemigos aparentes. A los seis meses se archivó el caso.

Como en una novela negra, un policía obstinado no podía quedarse tranquilo con ese cierre inconcluso y se obsesionó. Es un detective de la vida real, se llama Jacek Wroblewski y se puso a investigar. Ya habían pasado tres años. Los casos sin resolver suelen tener algún dato que se pasó por alto, así que volvió a leer los viejos expedientes en busca de una pista perdida y, ni que fuera un capítulo de La ley y el orden, ¡Bingo!: encontró algo.
El detective Wroblewski notó que el día de la desaparición, la víctima había recibido una serie de llamadas. Algunas fueron realizadas desde una cabina telefónica en la misma calle de su oficina y otras desde un celular que nunca habían encontrado. Como un sabueso, el policía olió que ahí había un cabo suelto digno de seguir y rastreó, cual perro de presa, su ruta.

Lo encontró. El celular en cuestión había sido subastado en internet cuatro días después de la desaparición de Janiszewski. El vendedor era un treintatreintañero intelectual llamado Krystian Bala que había publicado recientemente una espeluznante y sádica novela en donde describía, en primera persona, un crimen igual al que el detective estaba investigando.


Un joven secuestra y tortura al amante de su mujer. Finalmente lo arroja al río Óder, junto a la ciudad polaca de Wroclaw. Antes, para asegurarse de su horrible muerte, le ata una soga que lo estrangula y mantiene sus muñecas y pies sujetos a la espalda. Escapa, nadie nunca lo relaciona con el asesinato. Ha
cometido el crimen perfecto. Se jacta sobre su siniestro final feliz. Esa es la novela. Se llama Amok, una palabra que en algunas lenguas centroeuropeas se usa para referirse a una furia homicida ciega.

El sabueso que sabía leer

Wroblewski leyó el libro. El asesinato era el mismo, igual. El protagonista y asesino se llama Chris, la versión sajona del nombre de Bala y, como un Columbo cualquiera, el detective se basó en la novela para investigar a su nuevo sospechoso así como quién no quiere la cosa. Las similitudes entre la ficción y la realidad son más que inquietantes y pronto todo lleva a una sóla, única conclusión.
Bala se ganaba la vida como escritor de turismo y también hacía fotos de fondos marinos. Le gustaba presentarse como filósofo y se interesaba en pensadores posmodernos como Jacques Derrida, Georges Bataille y Michel Foucault. Se divertía construyendo mitos sobre sí mismo para que sus amigos dudaran,
les costara cada vez más distinguir los inventos de la verdad. Un día escribió un libro que fue el punto cúlmine de su juego de confusiones. Recluido ya desde 2007, el escritor sigue asegurando que es inocente y que se basó en los artículos que leyó en el diario.

Bala se casó con su novia de la escuela secundaria, Stasia, en 1995 a los 21 años y tuvieron un hijo. Para mantener a la familia tuvo que dejar la universidad y puso una empresa de limpieza, pero quebró. Su matrimonio también se derrumbó. Era el año 2000 y se fue de viaje. En 2003 publicó su primera
novela, pero no se vendió bien. El libro habría quedado en el olvido de no ser por el obstinado detective que la usó de guía para llegar a la verdad. Esa que a Bala le gustaba borronear.
En 2003, Kristian Bala fue arrestado como posible culpable del asesinato de Janiszewski. Dijo que era inocente y tomó una prueba de polígrafo. Los resultados no fueron concluyentes. No había ninguna
evidencia concreta en su contra más que la inquietante casualidad y finalmente fue liberado.  Pero el detective ya tenía la verdad entre sus dientes y no la iba a dejar escapar. Siguió investigando. El acusado afirmó que fue golpeado violentamente durante el interrogatorio y Wroblewski lo niega.
El detective siguió su pista y logró comprobar que los llamados a Janiszewski el día de su desaparición se habían realizado desde una línea de teléfono de Bala, porque desde el mismo número ese día el escritor también se había comunicado con sus padres. Y un moño para tanto esfuerzo: la ex esposa, Stasia, era amiga de Janiszewski. Una noche el escritor los había enfrentado por celos.
Bala fue detenido de nuevo. Cada vez más pruebas salían a la luz. Bala había estado en Indonesia y China en la misma época en que desde esos destinos se enviaron mails a un programa de la televisión polaca con reflexiones filosóficas sobre “el crimen perfecto” en referencia al caso Janiszewski.
El abogado defensor aseguró que todas las pruebas eran circunstanciales y el acusado insistió en una conspiración policial en venganza por haber quedado en ridículo con la primera detención. El proceso judicial comenzó en 2006, terminó en 2007 y concluyó que Kristian Bala era culpable. El escritor fue condenado a veinticinco años de cárcel y, tras las rejas, sigue clamando por su inocencia mientras escribe su segunda novela, que se llama De Liryk.
Las consecuencias que puede acarrear la ficción sobre la realidad, el juego macabro que se volvió contra su creador, la maquinaria sádica versus la paranoica y la duda, la angustiante duda, de no poder diferenciar recuerdos de fantasías. Con todos esos elementos alguien como Roman Polanski podría hacer una maravillosa película. Su nombre tentativo quizás sea True Crime, como el del brillante artículo de David
Grann en The New Yorker sobre el que se basó el director polaco para escribir un thriller que quizás llegaría a realizar en 2015. Así, como para agregar por gusto una vuelta de tuerca más a tan intrincada historia
verdadera.

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