viernes, 18 de enero de 2013

Eterno resplandor de un escritor luminoso*


Acaba de llegar a las librerías Caza de conejos, un extraño y exquisito libro ilustrado de Mario Levrero, mientras que la editorial Mondadori este año publica sus obras completas. El uruguayo inclasificable que no deja de seguir sorprendiendo.



A pesar de su vasta obra, Mario Levrero solía ser un secreto que algunos buscaban con esfuerzo en librerías de todo tipo. Si al ajedrez se lo considera un deporte, también podría decirse que lo es haber recorrido puestos de libros a la caza de viejas ediciones perdidas de este desconocido tan famoso de la literatura rioplatense. La destreza es la misma: pasión, inteligencia, estrategia, precisión y un poco de suerte.
Uruguayo con mucha vida porteña, Levrero desarrolló su carrera de ambos lados del Río de la Plata. Ser un autor de culto no da dinero, así que fue librero, fotógrafo, humorista, editor de una revista de ingenio, crucigramista y autor de un manual de parapsicología. Además, dio talleres y hacía cuentas estrafalarias para sobrevivir. Era como un linyera de clase media. El prestigio, las alabanzas y toda la pantomima a su alrededor nunca fueron escenarios que haya anhelado. Él sólo quería salir a hacer sus breves paseos por Montevideo, comprar novelas policiales baratas, disfrutar de la compañía de chicas lindas a las que les pedía que le llevaran tupperwares con milanesas y encontrar el orden perfecto que encajara en su desorden.
Mario Levrero se parece al amor porque es calmo pero emocionante, siempre está ahí aunque no se lo alcanza con facilidad, habla de todo lo que uno quiere escuchar de un modo bonito, sorprende en el momento en que uno piensa que se va a aburrir y se afianza, empatiza, acompaña. Cuando murió, en 2004, muchos sintieron que despedían a su mejor amigo y otros recién comenzaron a enterarse de quién era ese hombre.
Los artículos en los diarios uruguayos fueron sobrios, informativos: “Su nombre era Jorge Mario Varlota Levrero y ha usado otros como Alvar Tot y Lavalleja Bartleby. Su obra no se puede encontrar toda junta. La Ciudad (1970), su novela más conocida, fue editada por Plaza Janés. Tiene, además, infinidad de cuentos publicados, la mayoría en Buenos Aires”.
Qué tragedia saber que un día la obra se acaba y ya no hay más para leer de Levrero. Los fanáticos de siempre lloraron desconsolados y los nuevos comenzaron la alegría propia y luminosa de descubrirlo para llegar pronto a la nostalgia de saber que se iba a acabar. Pero él siempre, como el buen amor, sorprende cuando uno piensa que ya nada va a cambiar.

Muchos muchachos
Levrero, autor de culto en vida, nunca supo ni podría haberse imaginado todo lo que iba a pasar con él y su obra después de su muerte. El adorable viejo loco no organizó sus escritos para que sus herederos lo siguieran editando o sacaran cada tanto alguna joya escondida en su cajón. Él no ordenó sus apuntes, sólo dejó una carta, después de haber sufrido un problema cardiovascular, en la que pedía que la próxima vez no le hicieran ningún tratamiento. Y ese fue todo su plan.
Su último trabajo, lo que escribió como final de obra, fue lo primero que conocieron muchos: La novela luminosa, que publicó Alfaguara Uruguay un año después de su muerte y casi inmediatamente después la editorial Mondadori en Argentina. Es un libro en el que cuenta su imposibilidad, un proyecto que confiesa haber empezado 20 años atrás y en el que había fracasado incontables veces. Esa es la obra para la que solicitó la beca a la John Simon Guggenheim Foundation y en la que narra a lo largo de un prólogo de 450 páginas, el “Diario de la beca”, cómo se va gastando el dinero sin escribir una línea. Pero en realidad lo hace, la no novela es el corazón de su novela y esa es su hermosa y desesperante obra: lo que ve por la ventana, el devenir de unas palomas, lo que sufre por su insomnio, lo que hace en su computadora y las cosas que sueña mientras espera poder escribir.
Entonces todos cayeron rendidos a sus pies. Con apenas un segundo en las librerías y el autor muerto, este libro se convirtió no sólo en uno de los más perfectos artilugios levrerianos, sino también en una de las novelas más importantes de la literatura latinoamericana de los últimos años. Y comenzó el aluvión, la fiebre por conseguir más y más de él. La paradoja de los nuevos fanáticos, que lo leen desde el final hacia el inicio, no hace al caos porque su trabajo, ajeno a cualquier moda, es heterodoxo, inclasificable y cualquier pieza queda bien en el sitio que caiga.
Durante los últimos años, poco a poco, Mondadori fue dando a las librerías locales algunos títulos definitivos, como Dejen todo en mis manos (2007), la Trilogía involuntaria y Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo (2009), La banda del ciempiés y El Discurso vacío(2010) y El alma de Gardel y Fauna/ Desplazamientos (2012). Algunos mejores que otros, pero todos esperados. Igual, siempre se busca algo más. Así que la editorial decidió dejar el cuentagotas y anuncia que a lo largo de 2013 va a editar las obras completas de Mario Levrero.
Oh, la expectativa. Todas las novelas, cuentos y relatos como un chorro, que aún no tiene fecha de llegada, pero que puede incluso dar más sed sólo por el hecho de saber que viene. Así que mientras, y porque siempre se encuentra algo nuevo de Levrero, este mes llegó a las librerías Caza de conejos, de la editorial española El Zorro Rojo y distribuido en Argentina por Del Nuevo Extremo. Si cada libro del autor uruguayo es una rareza en sí misma, este tiene un plus de extrañamiento. El autor se mete en el género del micrrorelato a través de una surrealista caza de conejos como hilo conector de un montón de hermosas y poéticas experimentaciones narrativas que tienen su característico humor filoso, una forma lateral de erotismo, fantasía casi mística y su ensayo tradicional de realidades dentro de realidades. Como una inception rioplatense irrepetible. Dirigido a un público juvenil, pero apto para viejos descreídos también, la obra viene con ilustraciones de la catalana Sonia Pulido.

Corazón de jogging
Anteojos de marco negro, cuadrados y con vidrios de aumento amarillento coronados por un par de cejas peludas, despeinadas y una mirada que podría parecer cansada, descreída, pero en realidad era asombrada. Los últimos años el cuadro se completaba con una melena enredada y canosa que nunca se iba a cortar y una barba larga como de un Papá Noel que sólo puede dar regalos intangibles.
Levrero nació en Montevideo en 1940 y siempre fue, de algún modo, como un científico loco. Su aspecto desprolijo, un poco sucio quizás, y enteramente adorable era apenas un reflejo de su enorme mundo interior. Así fue construyendo su obra, a fuerza de experimentos narrativos y recuerdos reciclados. Como un ropavejero que recolectaba lo mejor del policial, la ciencia ficción, la contemplación zen y más para ir probando, casi sin errar, cualquier género. En su cumbre logró la unión de todos. Inclasificable casi hasta el chiste, se dio a conocer en la colección "Literatura diferente" de la editorial uruguaya Tierra Nueva.
Los encasilladores querrían poder decir que se parece a Felisberto Hernández y es cierto, pero también esa definición le queda corta. Los cuentos de La máquina de pensar en Gladys y la novela La ciudad, de 1970, lo podrían situar en una suerte de ciencia ficción kafkiana, mientras que París (1979) y El lugar (1982) hoy son parte de su Trilogía involuntaria. Nick Carter… es parodia y policial negro y El discurso vacío tanto como La novela luminosa son él mismo. que es un poco de todo lo anterior con una pizca de excentricidad y simpleza.
“La gente incluso suele decirme: ‘Ahí tiene un argumento para una de sus novelas’, como si yo anduviera a la pesca de argumentos para novelas y no a la pesca de mí mismo. Si escribo es para recordar, para despertar el alma dormida, avivar el seso y descubrir sus caminos secretos; mis narraciones son en su mayoría trozos de la memoria del alma, y no invenciones.” Eso dice en El discurso vacío.
Le interesaba mucho la autohipnosis y creía no sólo en los fenómenos telepáticos sino también en los fantasmas, a veces. Leía sobre zen, era adicto a las computadoras y odiaba que lo trataran de usted. Era un apasionado de las novelas policiales y sólo soportaba oír tango o música clásica. Ese ser místico, casi iluminado, también era un viejo loco en camiseta. Neurótico hasta el autoencierro y egoísta como un hijo único, logró empatizar con casi cualquiera que agarra un libro suyo y se deja llevar por su irrepetible realismo introspectivo. Así que si hay más, bienvenido sea. Como el amor.

Esta nota fue publicada en la revista El Guardián en enero de 2013


-º-




1 comentario:

dosdedos dijo...

Hace unos años, alguien me recomendó La novela luminosa. Tuvo tal impacto en mi, que tuve que escribir sobre ella en el blog, cuando ya casi no publicaba. Hoy compartí este artículo, tocaya, porque hay más gente que tiene que leer a Levrero. Gracias.

http://soyunyuyo.com/2010/07/15/la-novela-luminosa/