jueves, 3 de mayo de 2012

Tarde pero seguro, presentamos el Temporal.

Es una novela breve, se llama Inicio y acá más datos.
La publicamos hace un año y la presentamos hace un mes.

Este es el volador del evento

Y acá las bellas palabras que dijo Natalia Moret sobre mis librito. 

Sobre “Inicio”, de Daniela Pasik

Quiero empezar con una anécdota:
Hace un año y medio fuimos con unos amigos a Pinamar, un fin de semana fuera de
temporada. El segundo día a la tarde el grupo se divide entre los que quieren ir a “filmar
un corto de cine arte” a la playa, y los que preferimos quedarnos haciendo huevo en la
casa, zapping entre sony, warner y espn, mate. Daniela y yo fuimos del segundo grupo.
Estamos sentadas en unas sillitas, en el porsche, y ahí me acuerdo de que le había
pedido a Dani que llevara sus cartas de tarot, “por si pintaba”. Dani, entre otros
múltiples saberes, maneja con una destreza increíble las cartas de tarot, es una maga.
Así que le digo: haceme una tiradita. Dani busca las cartas, pero antes de empezar me
dice: “te las tiro, pero prometeme que no te ponés pelotuda”. Yo puedo ser algo
hipocrondríaca, y a veces algunas cartas me asustan y me dejo violar por el pensamiento
mágico: el diablo, la torre prendida fuego… Pero esa tarde le juré que iba a mantenerme
racional y tranquila. Dani me tira las cartas. Y chan: sale la carta de La Muerte. No una,
sino tres veces. Tres. Ok, digo, no es nada, y Dani me repite: “Acordate de tu promesa.
Acordate que esta carta no significa muerte literal, goma, significa que algo termina
rotundamente”. Sí, la vida, por ejemplo, pienso, pero me controlo y no se lo digo. Pasa
la tarde, llega la noche, salimos en plan adolescente a los fichines. Pinamar era un
desierto. Cuando estaciono, veo que a mi auto le habían pegado el sticker de un
boliche: “Heaven, tu lugar en el cielo”. La puta madre, pienso, pero no lo digo. La miro
a Dani. Bueno, era suerte en la desgracia, ¿no?, porque si palmaba, si mi destino era la
muerte inminente (la triple muerte inminente), al menos me esperaba el paraíso. ¿No?
Esa noche nos subimos a la maquinita esa de bailar, una que vas pisando en el piso
siguiendo el ritmo de unas canciones medio ponjas, muy quemantes, y en un momento,
mientras estoy ahí bailando re compenetrada me miro desde afuera y me veo, bailando,
flogger… ¿Mirá si la muerte me agarra, ahora, así, en medio de esta actividad?, pienso.
No da, pienso. No da morirse así, no da morirse. La miro a Dani, pero no le digo nada.
Promesas son promesas. Nos vamos a dormir. Sueño: con la muerte, obvio. Y al día
siguiente nos volvíamos. Agarro la ruta, Dani sentada en el asiento del acompañante,
salimos. Mate. En eso se me pone un auto adelante, y delante de él se van juntando
camiones y camiones y más camiones, empieza a formarse una de esas filas impasables.
Nada, me relajo, pienso, y miro la patente del auto: D, I, E, o sea DIE, 236. DIE. La
puta madre, pienso, ¿para qué carajo me enseñaron inglés? DIE. Morir. 236. 23 de
Junio. Era abril, así que me quedaban 2 meses de vida. Tremendo. Me pongo histérica,
me pego al auto del infierno para intentar pasarlo, para dejar de verlo, pero venían autos
y autos... Igual, me mando, acelero, y como no llegamos a pasar me abro lugar entre dos
camiones que se apiadan de nosotras. Casi choco. Avergonzada, la miro a Dani y le
pido perdón. Ella me mira y me dice: “Sabía que te ibas a poner pelotuda, pero te quiero
igual”.

Cuando leía la novela de Dani me acordaba de esta anécdota pinamarense, porque en la
novela aparecen dos capítulos dedicados al tarot, y además en esos capítulos la tarotista
sin nombre (que yo creo que es la propia Dani Pasik) le dice “No te pongás pelotuda” a
D., la protagonista, cuando ella va y le cuenta todos los no-problemas (o problemas
imaginarios) que está teniendo con H., el chico que le gusta. De alguna forma el tarot
sobrevuela toda la novela; mejor dicho, lo hacen sus consejos, porque lo único que
complica las cosas entre D. y H. es su propia incapacidad para actuar, en un ambiente
que, como bien dicen las cartas, es propicio. En esta novela las cartas saben más que las
personas, y como las cartas están siendo leídas a su vez por una persona, la tarotista, lo

que parece estar diciéndonos Daniela es que cualquier situación vital siempre puede ser
mejor leída por un tercero; que cualquier problema, (imaginario o no, no importa),
siempre se complica cuando además de observador se es participante. El enemigo está
adentro, entendemos. Y lo que las cartas, o Daniela-escritora/Daniela-tarotista parecen
querer decir es que adentro de uno, y en ningún otro lugar, también está el mejor amigo,
el mejor consejo posible. Nosotros, los lectores (como el tarot, como las cartas),
también sabemos más que estos dos simpáticos neuróticos que protagonizan “Inicio”,
porque a pesar de estar escrita casi íntegramente en una falsa tercera persona, muy
pegada al personaje femenino D., la narración se aleja de a ratos de ella y nos lleva de
paseo a la cabeza de H. Y ahí, cuando vemos que en la cabeza de él también hay una
profusión de paranoias infundadas, teorías sin sustento empírico y lecturas erróneas de
la realidad propicia que los rodea, ahí dan ganas de pegarles a los dos y decirles:
Vamos, déjense de joder, que la tienen BASTANTE fácil. Pero uno los entiende, y los
perdona, porque uno también estuvo ahí (o levante la mano el que nunca se haya visto
inmerso en una pesadilla de ecuaciones, integradas y derivadas para calcular el mejor
momento posible para contestar un mail o mandar un sms). El tarot también se anuncia
en el título del primer capítulo: “Al final hay otro inicio”, dice, como me dijo Dani esa
tarde en Pinamar cuando yo casi me infarto con la triple carta de la muerte. “La carta de
la muerte marca el final de algo, y sin que algo termine no puede empezar nada nuevo”.
En “Inicio” tenemos la crónica de una muerte anunciada: empezamos presenciando los
coletazos finales de los miedos, las fobias y las paranoias que se interponen entre D. y
la felicidad. O, al menos, de la felicidad como escenario posible. “Al final hay otro
inicio” también pareciera remitir a esa regla inquebrantable de las comedias románticas,
en las que ya sabemos que, pase lo que pase, chico y chica van a terminar juntos, y que
el final de la película va a coincidir con el inicio de otra historia, la de amor, que queda
fuera de programa. La comedia romántica es un género en el que la novela de Daniela
se inscribe, pero lo hace de costado, como una outsider, casi irónicamente. De a ratos D.
parece una de las habitantes de Macondo, víctima de “la peste del olvido”: alguna vez,
sentimos, supo que “era una chica”, pero todo eso no es tan claro ahora y entonces se lo
recuerda cada vez que puede, como si quisiera darse valor para “ser chica”, o lograr de
cualquier manera funcionar de acuerdo a los roles que, supuestamente, se espera que
ocupen “las chicas”. Lo genial de D. es que de verdad querría protagonizar una comedia
romántica, de verdad querría protagonizar una chick-lit, pero no puede. Porque es rara.
Porque no termina de encajar. Entonces, de tanto en tanto, se sienta en una silla a
pintarse las uñas y se dice, en voz alta: “soy una chica”, “me pinto las uñas”, como si en
el mismo acto de nombrarlo estuviera dándole una entidad que ahora parece perdida.
Pero aunque hable del amor, como todos los libros que existen, el de Daniela, más que
de amor, es un libro sobre la incomunicación en todas sus formas posibles. D. cuenta
que tiene siempre 9 pestañas del firefox abiertas, está en todas las redes sociales
posibles, y presiona F5 para actualizar sus estados de twitter, de facebook y de blogger
con la misma obsesión con la que alimenta sus fantasmas. Y cuando tiene a H. enfrente
no sabe qué decir, ni cuándo decirlo, ni cómo decirlo. Lo mismo le pasa a H. Lo mismo
pasa en una escena en Farmacity, con la empleada de la caja. Lo mismo en la escena
con la tarotista, y lo mismo en una escena memorable en la peluquería, cuando D. se
junta con su madre y mantienen una conversación en la que D. le lanza un rosario de
reclamos y su madre va respondiéndole con distintos cortes de pelo que puede hacerse o
colores adecuados para ponerse en las uñas. El enemigo, parece decir Daniela
finalmente, es ese ruido de fondo que puede tomar cualquier forma: secador de pelo en
una peluquería, la tecla F5 de la notebook, la música fuerte en un bar que no nos deja
escuchar al otro, el real, que tenemos enfrente. Ese ruido de fondo que está adentro nuestro y que hay que callar, como dice el tarot, para que al final pueda haber otro
inicio.



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