(Mi humilde opinión sobre la serie revelación absoluta de 2013 que la rompe en Netflix con elegancia y efectividad)
Problemas. Por su relación con una traficante de drogas, la protagonista de “Orange is the new black” debe enfrentar el encierro en un correccional.
*Esta nota fue publicada en REVISTA Ñ el 25 de enero de 2014.
Orange is the new black es un parque de diversiones para la mente con todo lo que un parque de diversiones implica: alegría, endorfinas, adrenalina y un poco de espanto, pero del bueno, del que hace gritar basta, no, seguí, muy bien ahí, queremos más. Y habrá. Después de una exitosa primera temporada 2013, ya está confirmada la segunda para 2014 y hasta una más que posible tercera en 2015.
Cada uno de los primeros 13 capítulos de esta serie original de Netflix es una pequeña joya de una hora, como una mini película perfecta que siempre deja un gancho que hace necesario ver lo que sigue. Y lo mismo pasa con la temporada completa, que es una maratón impecable que va tomando fuerza y color a lo largo de su marcha certera.
Jenji Kohan, creadora y productora ejecutiva de Orange is the new black , ya había demostrado en Weeds que el universo femenino no es un cliché alla Sex and the city y ahora le pone la cereza al postre con su nueva creación basada en el libro autobiográfico de Piper Kerman, en el que la autora relata sus memorias de los 13 meses de condena que cumplió en 1998 por un delito menor.
Parada con precisión quirúrgica en la delgada línea que separa el drama de la comedia, Orange is the new black es una historia coral de un grupo de mujeres encerradas en un microcosmos muy particular. Todo comienza cuando la delicada rubia de clase media culta Piper Chapman (la hasta ahora casi desconocida Taylor Schilling) termina en un correccional un poco progre , pero igual de opresivo, como consecuencia inesperada de una vieja relación con una traficante de drogas (la pelirroja, luego rubia y ahora morocha Laura Prepon de That ‘70s Show y Are You There, Chelsea?).
Lejos de su aparentemente novio perfecto (Jason Biggs, el de American Pie ), Piper lleva adelante una trama que podría describirse como “la anti Oz”, el exitoso drama carcelario de HBO celebrado por su realismo y cruda dureza. Orange is the new black es tan brutal como tierna y hasta se da el lujo de ser un poco cursi mientras crece sin fisuras.
La serie muestra cómo se sobrevive, o no, cuando el mundo conocido se desmorona. Cada personaje tiene una historia, en la que se centra cada capítulo mediante flashbacks, y cada historia toca, en mayor o menor medida, un tema concreto. Así, a partir de este grupo de mujeres, se habla de religión y fanatismo, venganza y sus consecuencias, transexualidad en un mundo machista, drogas, prejuicios, represión sexual, crimen organizado, abuso de poder y más.
El test de Bechdel es un sistema para medir la brecha de género en la cultura audiovisual, que comenzó como una broma de la dibujante de cómics Alison Bechdel en 1986 y hoy, tragicómicamente, si se aplica, la mayor parte de las películas, series, historietas y demás etcéteras del mundo del entretenimiento no lo pasan. Los requisitos son tan simples que aterra el resultado negativo que suele arrojar:
1. Tiene que haber al menos dos personajes femeninos (con nombre).
2. Dichos personajes deben hablarse en algún momento.
3. Esa conversación debe tratar sobre algo que no sea un hombre.
Aunque muchos productos culturales y de entretenimiento, incluso los realizados por o para mujeres, no pueden pasar el test de Bechdel, Orange is the new black lo rebasa.
Lo explota.
Lo revolea por el aire.
Se planta como una caja de dinamita que rompe cualquier patrón arcaico. En esta serie revelación absoluta de 2013 las protagonistas son mujeres, los hombres son minoría, los diálogos no son para hablar de ellos y el público que la disfruta es por igual femenino que masculino.
Y es más: la evolución de Piper Chapman, el personaje principal, desde la inocencia pusilánime hasta la oscuridad aterradora y dueña del mango de la sartén no tiene nada que envidiarle a la de Walter White, el adorado protovillano que casi la totalidad de la población amante de las series vio desarrollarse a lo largo de Breaking Bad .
Es como una distopía al revés. Una situación posible, pero un poco mejor y hasta a veces deseable. Eso es raro, hace como cosquillas en el cerebro, pero cuando se supera la incomodidad inicial, que está planteada a propósito por el brillante guión, y dentro de ese mundo en el que los correccionales pueden ser un lugar ameno y el grupo de convictas similar a uno de autoayuda, la historia tensa las cuerdas justas. Y funciona. Oh, sí.
-º-
Link a Ñ
Problemas. Por su relación con una traficante de drogas, la protagonista de “Orange is the new black” debe enfrentar el encierro en un correccional.
*Esta nota fue publicada en REVISTA Ñ el 25 de enero de 2014.
Orange is the new black es un parque de diversiones para la mente con todo lo que un parque de diversiones implica: alegría, endorfinas, adrenalina y un poco de espanto, pero del bueno, del que hace gritar basta, no, seguí, muy bien ahí, queremos más. Y habrá. Después de una exitosa primera temporada 2013, ya está confirmada la segunda para 2014 y hasta una más que posible tercera en 2015.
Cada uno de los primeros 13 capítulos de esta serie original de Netflix es una pequeña joya de una hora, como una mini película perfecta que siempre deja un gancho que hace necesario ver lo que sigue. Y lo mismo pasa con la temporada completa, que es una maratón impecable que va tomando fuerza y color a lo largo de su marcha certera.
Jenji Kohan, creadora y productora ejecutiva de Orange is the new black , ya había demostrado en Weeds que el universo femenino no es un cliché alla Sex and the city y ahora le pone la cereza al postre con su nueva creación basada en el libro autobiográfico de Piper Kerman, en el que la autora relata sus memorias de los 13 meses de condena que cumplió en 1998 por un delito menor.
Parada con precisión quirúrgica en la delgada línea que separa el drama de la comedia, Orange is the new black es una historia coral de un grupo de mujeres encerradas en un microcosmos muy particular. Todo comienza cuando la delicada rubia de clase media culta Piper Chapman (la hasta ahora casi desconocida Taylor Schilling) termina en un correccional un poco progre , pero igual de opresivo, como consecuencia inesperada de una vieja relación con una traficante de drogas (la pelirroja, luego rubia y ahora morocha Laura Prepon de That ‘70s Show y Are You There, Chelsea?).
Lejos de su aparentemente novio perfecto (Jason Biggs, el de American Pie ), Piper lleva adelante una trama que podría describirse como “la anti Oz”, el exitoso drama carcelario de HBO celebrado por su realismo y cruda dureza. Orange is the new black es tan brutal como tierna y hasta se da el lujo de ser un poco cursi mientras crece sin fisuras.
La serie muestra cómo se sobrevive, o no, cuando el mundo conocido se desmorona. Cada personaje tiene una historia, en la que se centra cada capítulo mediante flashbacks, y cada historia toca, en mayor o menor medida, un tema concreto. Así, a partir de este grupo de mujeres, se habla de religión y fanatismo, venganza y sus consecuencias, transexualidad en un mundo machista, drogas, prejuicios, represión sexual, crimen organizado, abuso de poder y más.
El test de Bechdel es un sistema para medir la brecha de género en la cultura audiovisual, que comenzó como una broma de la dibujante de cómics Alison Bechdel en 1986 y hoy, tragicómicamente, si se aplica, la mayor parte de las películas, series, historietas y demás etcéteras del mundo del entretenimiento no lo pasan. Los requisitos son tan simples que aterra el resultado negativo que suele arrojar:
1. Tiene que haber al menos dos personajes femeninos (con nombre).
2. Dichos personajes deben hablarse en algún momento.
3. Esa conversación debe tratar sobre algo que no sea un hombre.
Aunque muchos productos culturales y de entretenimiento, incluso los realizados por o para mujeres, no pueden pasar el test de Bechdel, Orange is the new black lo rebasa.
Lo explota.
Lo revolea por el aire.
Se planta como una caja de dinamita que rompe cualquier patrón arcaico. En esta serie revelación absoluta de 2013 las protagonistas son mujeres, los hombres son minoría, los diálogos no son para hablar de ellos y el público que la disfruta es por igual femenino que masculino.
Y es más: la evolución de Piper Chapman, el personaje principal, desde la inocencia pusilánime hasta la oscuridad aterradora y dueña del mango de la sartén no tiene nada que envidiarle a la de Walter White, el adorado protovillano que casi la totalidad de la población amante de las series vio desarrollarse a lo largo de Breaking Bad .
Es como una distopía al revés. Una situación posible, pero un poco mejor y hasta a veces deseable. Eso es raro, hace como cosquillas en el cerebro, pero cuando se supera la incomodidad inicial, que está planteada a propósito por el brillante guión, y dentro de ese mundo en el que los correccionales pueden ser un lugar ameno y el grupo de convictas similar a uno de autoayuda, la historia tensa las cuerdas justas. Y funciona. Oh, sí.
-º-
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