*Esta nota iba a ser publicada en la revista Ñ del sábado 1 de marzo de 2014. La ofrecí y la aceptaron. El editor me dio fecha de entrega y extensión porque lo *autorizaron* de administración (así de berreta es todo en la gráfica local, sí, pero empeora). La escribí, puse tiempo y dedicación.
Cuatro días antes de la publicación la *administración* *desautorizó* la nota, que yo ya había entregado, por supuesto, en la fecha que me dieron, obviamente (porque yo cumplo, en tiempo y forma) y le pidió a un redactor fijo que escribiera sobre el tema, porque *no hay presupuesto* para pagar el trabajo que yo ya hice.
Cuatro días antes de la publicación la *administración* *desautorizó* la nota, que yo ya había entregado, por supuesto, en la fecha que me dieron, obviamente (porque yo cumplo, en tiempo y forma) y le pidió a un redactor fijo que escribiera sobre el tema, porque *no hay presupuesto* para pagar el trabajo que yo ya hice.
Yo la paso bien igual viendo mi serie favorita en lo que va de 2014 y comparto ahora mi trabajo acá con el que lo quiera leer porque puedo. Y porque me dan ganas.
Pero cuento estos dimes y diretes tan horriblemente normales en nuestra profesión para dejar un testimonio (en este caso) menor de lo berretamente (de mente berreta) que se manejan en los medios gráficos y lo mal que nos tratan (en este caso puntual al editor que tuvo que decir "no" a algo que pidió, confirmó y reconfirmó para después tener que poner la cara en la parte -otra vez, sí- berreta de haber hecho trabajar al pedo a alguien; a mí, que soy redactora free lance mal pagada, a destiempo y ahora de plus forreada; a los redactores fijos, que cubren cada vez más tareas por el mismo sueldo y también a los lectores, que siguen pagando el mismo precio por una revista realizada con cada vez menos recursos).
Pero cuento estos dimes y diretes tan horriblemente normales en nuestra profesión para dejar un testimonio (en este caso) menor de lo berretamente (de mente berreta) que se manejan en los medios gráficos y lo mal que nos tratan (en este caso puntual al editor que tuvo que decir "no" a algo que pidió, confirmó y reconfirmó para después tener que poner la cara en la parte -otra vez, sí- berreta de haber hecho trabajar al pedo a alguien; a mí, que soy redactora free lance mal pagada, a destiempo y ahora de plus forreada; a los redactores fijos, que cubren cada vez más tareas por el mismo sueldo y también a los lectores, que siguen pagando el mismo precio por una revista realizada con cada vez menos recursos).
Ave los dos: Matthew McConaughey y Woody Harrelson. O Rust Cohle y Martin Hart. O serpiente y mono. |
El
argumento podría ser uno más: dos policías en el estado norteamericano de
Lousiana investigan el asesinato, en
1995, de una mujer que apareció desnuda, atada a un árbol, con cuernos de
ciervo en la cabeza y un montón de símbolos esotéricos alrededor. A la vez, en
el presente, los mismos detectives son interrogados para rever el caso.
¿Cómo
es que otra historia de asesinos seriales y crímenes satánicos logra
diferenciarse del resto? Es que ésta es un reloj, una maquinaria perfecta
pensada para atrapar. Y funciona. No sólo la trama, sino todo lo que la rodea.
Da en la tecla, es precisa. True Detective es una serie planeada para
hacer diana. Es matemática, una ciencia exacta. Existen pruebas empíricas. A
saber:
Su guión
perfecto con discursos que se complementan en el tiempo y (alerta mini spoiler)
no dos, sino tres periodos históricos diferentes. Las actuaciones magistrales
de (ante todo, dos palabras y a sacarse los sombreros) Matthew McConaughey
(Rustin Cohle), Woody Harrelson (Martin Hart) y el resto del elenco
canturriando bajito para hablar tan Mississippi. El soundtrack impecable que
incluye la presentación hermosamente desolada de The Handsome Family con Far
From Any Road y cada momento, hasta la música que se oye de fondo en un
bar. Y las miles de pistas que se van dando a conocer siempre justo a tiempo.
No es
que eso nunca haya pasado antes. Sin ir más lejos, es el mismo juego de sembrar
referencias que en su momento planteó Chris Carter, creador de The X Files y
en gran parte por eso aún tiene millones de nerds que adoran la serie y
siguen buscando un dato más que compruebe la teoría conspirativa fuera de
cámara para demostrar que sí, los extraterrestres existen realmente. Quieren
creer (“I want to believe”). Y funciona.
En el
caso de True Detective, el secreto a descifrar no es paranormal, sino
literario. Y las referencias llevan, ante todo, para el lado del terror a lo
H.P. Lovecraft. No plantean una duda sobre el mundo real, pero amplían la
información escondida en la trama, ayudan a entender más a los personajes y
apuntan hacia la locura o lucidez del inteligente y extraño Rustin Cohle.
No le
faltaban seguidores ni excelencia para ser un paradójico caso de masividad con
varias lecturas, pero entonces se agregaron los detalles intrincados que la
hacen de culto. Sí, porque el joven y/o novel guionista Nic Pizzolatto lo quiso
todo, y armó un plan perfecto para conseguirlo. Comenzó de a poco, plantando
semillas.
La
primera migaja en el sendero fue la premisa. Esta es una miniserie de sólo ocho
episodios que cuando termine, por más éxito que tenga, no va a seguir estirando
la trama para decepcionar a lo Dexter o dejar cosas sin explicar como Lost.
No. Esto es una película en entregas, una pieza que fue planeada para que
comience y acabe. Y si el canal quiere continuar la apuesta, lo que venga el
año próximo será otra historia, con otros personajes y un nuevo caso a
resolver.
Después
llegó el ritmo pausado y con pocas estridencias del capítulo estreno, que se
detiene en la estética, los paisajes, los diálogos y la construcción de
personajes. Porque True Detective arranca rompiendo todos los moldes: es
un producto para televisión que demanda atención extrema y deja todo para que
lo piense el espectador. Y cuando la audiencia está por explotar de expectativa
lanza su primera bomba justo sobre el final. Así va hilando el compromiso que
consigue en sus seguidores una entrega tras otra. Cada vez levanta la apuesta.
Y va a lugares inesperados.
Cuando
la cadena HBO emitió el tercer episodio de este policial oscuro, con una
aparente pizca de Cormac McCarthy y una cucharada de Twin Peaks, Nic
Pizzolatto plantó una nueva pista en una entrevista que dio al Wall Street
Journal. Los detalles místicos o religiosos, esa clase de sincretismo, todas
las supersticiones del sur de Estados Unidos, resulta que eran sólo el escenario.
El
creador de la serie dijo que su fuente máxima de inspiración literaria viene
del escritor norteamericano Robert W. Chambers (1865-1933) y su libro The
King in Yellow (1895), una colección de relatos que cruzan el horror con la
mitología. Después apuntó la mira
hacia el no tan conocido autor del género Thomas Ligotti y su libro de no
ficción The Conspiracy Against the Human Race (La conspiración contra la
raza humana, 2010), un ensayo sobre el terror real de la existencia que usó,
dice Pizzolatto, para construir la filosofía inquietante del detective Rustin
Cohle. Una excusa perfecta para que los fanáticos
resignifiquen cada escena y encuentren miles de nuevas referencias.
Y funciona.
Y funciona.
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