Horacio es poeta, pero no cualquier poeta. Es un poeta iracundo
que supo capitalizar su enojo, es un Director Técnico de la poesía, al menos de
la nuestra, la de los que tenemos la suerte de que nos lea, y es, más que nada,
un artista de la conversación que enhebra este talento de decir cosas a lo
largo de mates y cigarrillos, mesas de bares regadas de sangría, rincones
maliciosamente divertidos en eventos sociales y, sobre todo, en su obra.
El
libro de Horacio Fiebelkorn del que voy a hablar, y que presentó el miércoles 13,
es El sueño de las antenas. Ya en el
primer poema, el que está suelto antes de las primeras Sintonías y se llama Oración, Horacio confirma que él es
antena y es ese tipo de antena capaz de expandir
la potencia radiada. Recibe, procesa, trasmite y si el ancho de banda no
alcanza, se abre camino igual. A lo bestia y con pericia.
Acá,
Horacio habla con una voz aún más alta que la de sus primeros libros. Caballo en la Catedral y Zona muerta podrían ser una parte de la
charla bien agresiva, o agreta, demoledora. En Tolosa y Elegías, en
cambio, como buena antena que es, transformó los
voltajes en ondas electromagnéticas. Y si tragedia más tiempo es comedia, en el
caso de Horacio podríamos pensar que furia
más tiempo es potencia. Ese es el color y la música de El sueño de las antenas: la marcha constante sin agotamiento. Sustancia y fibra sin hojarasca. El
punto justo en el que la voz y la escritura se van dejando lugar, una a la
otra, con elegancia pugilista.
Además, porque Horacio es, como todo buen conversador, generoso
con el receptor, El sueño de las antenas está
lleno de humor. Humor malicioso, pero adorable, descarnado y sobre cosas que
sólo pueden ser dichas apretando los dientes. Para reírse como Patán, con risa
asmática y el corazón boxeando el esternón.
Con El sueño de las
antenas Horacio nos hace mierda mientras nos entretiene porque se desarma
para armar el libro y se divierte en el proceso. Eso se respira en cada verso.
Habla de insomnios, de muertos, de amigos, de ciudades, de luz (buena y mala),
de electricidad, de fumar tabaco y del verano. Habla de las cosas y las cosas
son el paso del tiempo. Este libro es un recorrido que inicia con un autor que
se declara joven ante la muerte de su padre y termina viejo frente a sus hijos
adultos.
Así que a mi humilde entender El sueño de las antenas es un libro de amor,
un amor llevado adelante como lo haría el punk, ese tipo de amor que te estalla
en la cara, o que rueda y se detiene justo frente a los labios como la cereza
que fue flor y Horacio hace palabra en su poema Invitación.
Ninguno de los libros de Horacio que tengo está impoluto,
todos quedan mancillados, con estigmas, porque en su charla continua él dice
cosas que hay que subrayar, que obligan a señalar la página, que invitan a hacer
notas al costado.
Estas son algunas de mis marcas en El sueño de las antenas:
1. Que hijo de puta.
2. Juá.
3. =).
4. Subrayado a: “simulacros de acantilado que son
balcones”.
5. ♥
6. De esto también quisiera poder hablar yo.
7. Subrayado a: “un mosquito que recita alejandrinos”.
8. Ay.
9. Subrayado a: “La brisa pasea por la ausencia de ideas/ y
el mundo es menos estúpido que brutal”.
10. XXX.
11. Subrayado a: “Que el silencio haga lo suyo, no calles
por él”.
12. !!!.
13. Juá.
14. Qué hijo de puta.
Y hay una última anotación que hice sólo en mi mente, y no en
el libro, pero que quiero aprovechar para hacerle a Horacio en público, con
testigos. Te discuto a muerte, Horas, el verso de “nadie va a escuchar si digo
algo” que hilvanás en Blues de la canilla
que gotea porque mientras sigas charlando, te vamos a seguir escuchando.
Compren el libro. El sueño de las antenas, Ediciones Vox.
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